Externalización de la formación

13 de febrero de 2025
Escrito por Equipo de colaboradores

Corren malos tiempos. Ya lo sabemos todos y no es hora de incidir en la herida. Prometo escribirlo una sola vez, esta. “Estamos atravesando una “crisis”.

Exactamente igual que mi hijo adolescente, no se tienen las ideas claras, se actúa a impulsos y al corto plazo, se buscan culpables (y se encuentran, claro), todo ello en un ambiente de imposibilidad de hacer nada por superarla. Intentando asimilar la primera idea de la acepción del diccionario del Real Academia de la Lengua: “Cambio brusco…” y olvidándonos de la segunda: “…ya sea para mejorar…”, y centrándonos masoquistamente en la tercera: “…ya para agravarse…”

De cualquier modo, no caigamos ni en la depresión de la derrota temporal ni en la euforia de la victoria futura. ¿Qué tal si nos situamos en la realidad y utilizamos el pensamiento en vez de las hormonas o las emociones incontrolables?

La realidad nos dice que existen Departamentos de Formación sobresaturados de personas y trabajos, donde el voluntarismo intenta torpemente suplir a la eficiencia, con unos organigramas complejos que intentan ser funcionales, y todo ello bajo la espada de Damocles de la recesión. Ante esta realidad, ¿qué hacer? Algunas organizaciones lo tienen claro. Olvidarse de los aspectos estratégicos de los Planes de Formación, echar cuentas para ver la capacidad de recuperación de la Fundación Tripartita y, solamente en base a estos criterios económicos, intentar hacer la mayor cantidad de formación posible.

Pero, ¿para qué? ¿No estaremos profetizando la tercera idea de la definición de la RAE? Quizás este sea el momento de tomar otro tipo de decisiones, de ser creativos, de no hacer siempre lo mismo si queremos obtener otros resultados menos predecibles.

Empecemos mirando hacia dentro, hacia el Departamento de Formación y hacia el Plan de Formación tan laboriosamente elaborado. ¿Cuántos recursos humanos y materiales utilizamos para la detección de necesidades, la programación de cursos, la búsqueda de participantes, profesores y aulas, las evaluaciones y el seguimiento de las acciones formativas o el infinito papelo para justificar las recuperaciones de la FTFE?

Avancemos un poco más. Hagamos un estudio económico y analicemos el lucro cesante, las llamadas telefónicas, los becarios, alquileres de aulas, traslados, manutención, fotocopias,… ¡Cielo santo, va a ser verdad que la formación es muy cara!

Volvamos al análisis desde la realidad y desde ahí lancemos nuevas preguntas. ¿Qué pasaría si otros expertos y profesionales ajenos a la organización hicieran todo ese trabajo para permitir que la Dirección de Formación se dedicara sencillamente (¿) a dirigir?

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